A punto de finalizar la última semana de agosto, el prestigioso economista estadounidense Paul Krugman acaba de dedicar en su blog del New York Times un análisis de cierta actualidad.

En el desarrollo del mismo, el Premio Nobel analiza la situación de la economía europea y concluye que Alemania debería aceptar un nivel de inflación más alto en los próximos meses -el incremento actual de sus precios se sitúa en torno al 1%- para evitar una nueva recaída de la recuperación económica en Europa.

La gran dificultad residiría, no obstante, en lograr que Alemania aceptara la sugerencia, dada su tendencia a moralizar en cuanto se le interpela sobre ello.

“Si nosotros pudimos salir por nuestros propios medios del estancamiento económico que afrontamos a finales de los 90, ¿acaso no podrían hacer ahora exactamente lo mismo los países europeos del sur?”, arguyen en el país germano.

Para Paul Krugman la respuesta a esta pregunta es no, pues el contexto al que se enfrenta la Europa del sur en la actualidad es muchísimo menos favorable que aquél. Y Alemania constituye, precisa y paradójicamente, el porqué.

La explicación se puede encontrar atendiendo a la evolución de la inflación subyacente (que excluye de la elaboración del IPC -Índice de Precios al Consumo-, los precios correspondientes a los sectores de la energía, la alimentación, el alcohol y el tabaco, por considerarlos más volátiles que el resto).

Así, durante los años en los que Alemania estaba ganando competitividad –englobados en el periodo 2000-2006 representados en el gráfico inicial-, la inflación de la Eurozona se encontraba en torno al 2%, mientras que la inflación en el sur de Europa era considerablemente más alta (ver también la inflación subyacente existente en España en el mismo gráfico).

Como conclusión Alemania pudo ganar competitividad por el simple hecho de tener una inflación más baja, sin necesidad de deflacionar.

Pero en la actualidad la inflación en Alemania es sólo del 1%, la de la Eurozona en su conjunto es todavía más baja, y la única opción que le queda a España y a los países europeos del sur es la deflación.

Esta circunstancia hace el ajuste increíblemente difícil por dos razones: uno, los salarios están estancados, y dos, la deflación agrava la carga de los intereses de deuda pública (como consecuencia de una menor recaudación fiscal).

Si se añade a esto el hecho de que la Zona euro en su conjunto permanece en estado de depresión debido a la austeridad fiscal y a una política monetaria inadecuada, lo que está Alemania exigiendo a España y al sur de Europa es, en realidad, un ajuste de una dificultad enormemente superior a la que ella misma tuvo que afrontar.

El economista y periodista estadounidense Paul Krugman lanza un mensaje muy claro en su reflexión final; si el euro falla, la responsabilidad será de Berlín por su negativa a comprender esta realidad.