No conozco todavía a ningún partido político en el mundo que no sea populista. Ni a ninguna organización empresarial local o internacional que no pretenda sumar, cuantos más seguidores a su causa, mejor. Si por ser populista se entiende eso, entonces Obama, Trump, Rajoy, Rivera o Iglesias, son populistas. Vaya que si lo son. Pero téngase en cuenta que la diferencia final entre el político populista y el que no lo es estriba en la concordancia entre lo que promete y lo que posteriormente ejecuta. Pongamos un ejemplo relacionado con Donald Kafka Trump. Prometió elevar un muro en la frontera con México, un muro, según sus propias palabras, precioso, majestuoso, sublime, etc, etc… ¿Y saben qué es lo más curioso? Que de levantar finalmente el muro podríamos concluir que Donald Kafka Trump no sería un político populista; simplemente habría llevado a buen término su promesa.

Creo que este ejemplo habrá sido lo suficientemente gráfico como para saber reconocer cuándo un político se está comportando siguiendo la doctrina del populismo. En el caso del político norteamericano todavía está por ver que lo sea, ya que el primer paso en democracia ya hemos dicho que consiste en proponer, pero en España, Rajoy llegó a la Moncloa en el año 2011 prometiendo una rebaja de impuestos y en menos de lo que canta un gallo la rebaja se había tornado en una subida del IRPF, del IVA, etc… No tan lejos, este mismo año, tanto Ciudadanos como PSOE prometieron más que tajantemente que no apoyarían, ni de manera explícita ni de manera ímplicita, un gobierno de Rajoy y he aquí un nuevo gobierno del dirigente popular gracias a la ruptura final de la promesa realizada por esos dos mismos partidos que se consideraban a sí mismos como “oposición”.

No cabe duda alguna de que la clase de populismo en la que el electorado es seducido por un programa político que luego no es llevado a la práctica es una característica muy típica de la actual democracia española. Y esta cuestión resulta muy peligrosa cuando esta perversión de un modelo de Estado participativo como lo es el democrático acaba generando un rechazo social tan visceral que acaba incluso abocando en la aceptación y el abrazo de otro tipo de propuestas y fórmulas de menor consenso y mayor capacidad de ejecución.

Definitivamente, en Estados Unidos todavía no podemos saber si tienen un problema de populismo político. Lo que está claro es que las propuestas del recientemente electo presidente norteamericano desconciertan en medio mundo. En España, los conservadores todavía no saben cómo encajar, por ejemplo, su pretendido proteccionismo. ¡Pero si es republicano y el proteccionismo va en contra del libre comercio! ¡Pero si en Estados Unidos tienen pleno empleo! Sed bienvenidos. Y cuando os saturéis de la perplejidad, volved a disfrutar de los métodos hiperpopulistas con los que nos encaminasteis, a todo Dios, a sufrir otra legislatura más de corrupción.