En este blog hablamos de economía. No somos expertos en nada. Mucho menos en salud pública. Pero ante una alarma alimentaria provocada por la comercialización de carne contaminada con listeria tenemos derecho a opinar. Tenemos derecho a preguntar. Tenemos derecho a aclarar la mala utilización de conceptos relacionados con la economía, el marketing y la empresa. Y a no olvidar que también tenemos obligaciones. Comer carne contaminada no creemos que deba encontrarse entre ellas. Recibir información ambigua e imprecisa debido a la ineptitud o a la primacía de intereses comerciales, económicos y políticos sobre sociales tampoco. Hasta el momento solo tenemos una incerteza. El relato mediático es confuso por la negligencia o la complicidad.

Fabricante, proveedor, distribuidor, mayorista, minorista, marca comercial, marca blanca, etiqueta. Estos son algunos de los conceptos aparecidos estos días en los medios. Su uso no ha sido en todas las ocasiones correcto. Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Una verdad a medias apoyada sobre una verdad total, que a su vez se apoya sobre una mentira a medias rectificada en el tiempo con nocturnidad se convierte en caos. Y en medio del caos, es curioso, cuesta muchísimo encontrar la verdad, es curioso, se convierte en algo imposible para la opinión pública.

Aclaraciones

El fabricante fabrica pero no necesariamente vende al consumidor. Se lo puede vender a un mayorista, cuya misión es distribuir el producto hacia los puntos de venta. Los puntos de venta son los comercios minoristas; por ejemplo, los supermercados. Y estos son el último eslabón entre el fabricante del producto y el consumidor. En el caso que estamos analizando ha existido, además, confusión con los términos cliente y proveedor. A este respecto conviene recordar que un cliente no tiene por qué adoptar solamente la figura de consumidor final, pues las empresas también pueden ser clientes unas de otras.  En este sentido una ha de ser necesariamente proveedora de la otra, sea o no fabricante. Pero vayamos a las particularidades del caso.

Verdad total

La empresa que fabricaba y proveía la carne que ha causado la intoxicación de cientos de personas en multitud de puntos geográficos de España ocultó, por decisión propia, cómplice o inducida, la existencia de una segunda marca bajo la que también se comercializó el producto. ¿Por qué? ¿Alguien alcanza a imaginar cuál puede ser la poderosa razón que haya motivado esta omisión a las autoridades y/o la opinión pública? Desconcertante.

Verdad a medias

Los medios de comunicación indican posteriormente que esta segunda marca es una marca blanca sin aportar más datos al respecto. Nadie grita en voz alta ante la omisión. Nadie se cuestiona nada este detalle tan perturbador. Se sabe que es una marca blanca, pero se desconoce cuál. Y a nadie parece preocuparle. Se trata de una omisión deliberada, porque la esencia conceptual de una marca blanca es el envasado del producto con indicación de la denominación comercial genérica del establecimiento en que se distribuye; una gran superficie de consumo, una cadena de supermercados o hipermercados concretos y determinados. ¿Por qué no se proporciona toda la información para reducir el riesgo por intoxicación y acotar así el perímetro de la alarma social ya generada, incluyendo el nombre comercial, imágenes del producto y establecimientos y lugares geográficos donde se ha vendido?

Mentira con nocturnidad

Siguiente secuencia. Se informa de que el producto estaba mal etiquetado, añadiendo información colateral que no ayuda al esclarecimiento de las preguntas formuladas, y que alimenta un debate secundario. La opinión pública es inducida a concluir que un producto de marca blanca es lo mismo que un producto mal etiquetado, o un producto sin identificar. Se introduce así un caos conceptual que, deliberadamente o no, complica o impide proseguir en el esclarecimiento y la identificación de los puntos concretos en que se distribuyó el producto.

Volviendo al origen

Solo una incerteza. Ineptitud o complicidad. Del mundo empresarial deberíamos exigir el más escrupuloso comportamiento y etiqueta moral. Pero el funcionamiento del mercado y de la tan cacareada libertad en que presume sostenerse -libertad para ocultar la verdad, libertad para tiranizar en el desconocimiento a la población-, no garantiza esta observación. Solo nos queda el sector público. La más que notable resistencia que este actor institucional también está mostrando en este caso nos convierte a todos en una sociedad indefensa, en una sociedad infantil que deambula huérfana por el supermercado, perdida entre la maraña de productos e intereses comerciales sin que nadie le proteja.