Esta es la continuación del análisis preliminar de “After Hours”. Como quedaban algunas ideas por explicar, las resumo brevemente a continuación. (Atención, contiene elementos relevantes del argumento de la película).
La lógica de un sueño
Gran parte de la fascinación que ejerce su argumento reside en la conexión que acaba estableciéndose entre algunos de los personajes secundarios del guión. A priori parece que son independientes los unos de los otros, pero conforme va desarrollándose el argumento surgen nexos y vínculos insospechados entre ellos. Finalmente, gran parte de todos esos personajes acaba estando relacionado de una forma u otra, aunque solo sea por pequeños y extraños detalles. Esta circunstancia sumerge al protagonista en una atmósfera de pesadilla, pues le hace tomar conciencia de que a su alrededor la realidad se materializa siguiendo los dictados de una lógica absurda y caprichosa – como la que tiene lugar en los sueños- que su inteligencia no es capaz de aprehender.
La metamorfosis
El test de estrés al que es sometido el protagonista de After Hours durante su odisea nocturna rememora la opresiva y cruel mecánica psicológica que ya describiera Kafka en su memorable El Proceso. En esta ocasión, al conjunto de situaciones inefables habituales se añade una persecución que concluye con el personaje principal aprisionado en una escultura de escayola con forma humana de la cual termina eclosionando hacia el final del metraje. La escena evoca una metamorfosis que arroja al mundo un individuo totalmente aniquilado, cuya lucidez mental ha quedado vulnerada para siempre. Los ladrones de medio pelo que transportan la escultura instantes antes de quebrar mantienen la siguiente conversación: “No te enteras de nada, el arte cuanto más feo más vale”; porque solo lo que es desasosegante y grotesco alcanza el valor y la utilidad necesarias para explicar la realidad con toda su profundidad.
La incomunicación
Muchas fases de la película describen una falta de comunicación desesperante entre el protagonista y el conjunto de personajes con los que se relaciona. Es como si alrededor de ellos existiera un ruido y una interferencia permanente que les hiciera mantener diálogos carentes de toda coherencia, donde las respuestas no pudieran circunscribirse a las preguntas o donde la bidireccionalidad fuera sustituida por una adición de discursos individuales. Ello termina produciendo un desconcertante caos comunicativo que conduce al protagonista a dudar de la autenticidad de su propia existencia -acude en varias ocasiones al aseo a lavarse el rostro, tratando de desprenderse así de esa sensación- o incluso de las verdaderas intenciones de cada uno de sus interlocutores.
La culpa moral
El protagonista está caracterizado por un comportamiento educado en sus relaciones personales. Su actitud es inicialmente empática y cordial, a diferencia de la mostrada por sus interlocutores, que actúan de manera tosca, agresiva o indiferente con él. Este equilibrio de relaciones no genera ningún conflicto ni repercusión especial salvo cuando el protagonista, superado ya su límite de estupefacción, responde con la misma descortesía que le deparan aquellos. Es entonces cuando la fatalidad hace aflorar unas consecuencias desproporcionadas de las que el protagonista debe hacerse cargo sepultado en remordimientos y sentimientos de culpa. Esta dinámica merma su libre albedrío para hacerle reflexionar que no tiene opción; o cumple con sus compromisos y mandatos morales, o la realidad se volverá virulenta y feroz en su contra.