La figura de Bentham y el utilitarismo se consolida en el siglo XIX tras la culminación del empirismo inglés clásico, cuyo máximo exponente fue David Hume.
Karl Marx afirmó que si el interés primario de Hume fue comprender el mundo, el de Bentham fue cambiarlo.
La corriente filosófica del benthanismo se basa en el hedonismo psicológico, esto es, en que todo ser humano busca por naturaleza el placer y evita el dolor.
En Introducción a los principios de la moral y la legislación afirmó: “La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos señores soberanos, el dolor y el placer… Ambos nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: cualquier esfuerzo que hagamos para librarnos de nuestra sujeción a ellos, no hará sino demostrarla y confirmarla. De palabra, el hombre puede pretender que abjura de su imperio; en realidad, permanecerá siempre sujeto a él.”
Bentham entendió por verdad psicológica que todo hombre se ve empujado a la acción por la atracción del placer o la repulsión del dolor, reconociendo que “al hombre solo corresponde señalar lo que debe hacer, al igual que el determinar lo que hará. En su trono se enlazan, por una parte, los criterios del bien y del mal, por otra, la cadena de causas y efectos.”
Su famoso “principio de utilidad”, también llamado “principio de máxima felicidad”, se sustenta en lo anterior para exponer que la mayor felicidad de la comunidad humana es el único fin deseable de la acción humana. En sus propias palabras: “La mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en cuestión consiste en lo bueno y lo justo, y solo lo bueno y justo y universalmente deseable, fin de la actividad humana.”
Bentham y la corriente utilitarista no dieron por supuesto que todo hombre sea necesariamente egoísta o autosuficiente; en su tabla de placeres simples incluyó los denominados de “benevolencia”, definidos como “los placeres resultantes de contemplar cualquier género de placer poseído por lo menos en principio por los seres que pueden ser objeto de benevolencia, a saber, todos los seres sensitivos que conocemos”. Se apoyó así en los principios de la psicología asociacionista para explicar cómo un hombre puede llegar a buscar el bien de los otros sin atender al suyo propio.
Llegado a este punto trató de determinar si existe o no la garantía de que aquellos cuyo trabajo consiste en armonizar los intereses privados estén notablemente dotados de benevolencia, o que hayan aprendido a buscar el bien común con un espíritu desinteresado.
De ahí que el único camino, por lo tanto, de asegurar que la mayor felicidad del mayor número posible se toma como criterio en el gobierno y la legislación sea poner al gobierno, en la medida de lo posible, en manos de todos.