La inflación es el aumento sostenido y generalizado de los precios, eso ya lo sabemos. Y qué es una variable real es algo que también sabemos desde hace un tiempo. Tiremos nuevamente de ese fino y aterciopelado hilo.

Supongamos que el nivel de precios de una economía cualquiera aumenta a un ritmo que pueda ser considerado, a priori, preocupante; ¡un escandaloso 8%! Por poner un ejemplo.

Ahora bien, supongamos también que nuestro salario, nuestra renta o nuestros rendimientos, del tipo que sean, aumentan simultáneamente a un idéntico ritmo del 8%.

¿Estaría constituyendo un verdadero problema el elevado nivel de inflación? La respuesta a esta pregunta sería que no, puesto que nuestra capacidad adquisitiva permanecería, en cualquier caso, constante, y la misma no se habría deteriorado ni siquiera un ápice como consecuencia de un aumento en los precios.

Entonces, ¿cuándo deberíamos preocuparnos por la inflación? ¿Nunca? No, ¡por favor!, ¡no! Deberíamos preocuparnos a partir del momento en que el aumento en los precios superase el de nuestros rendimientos. Es decir, que incluso con un nivel ultra reducido de inflación -como por ejemplo un exiguo 0,5%-, también deberíamos mostrar preocupación, siempre y cuando el ritmo de crecimiento en paralelo de nuestros rendimientos cayera por debajo de ese 0,5%.

Se comprenderá pues que la inflación es una variable muy especial que resulta de gran interés controlar. Banco Central Europeo. De nada sirve que los salarios, por poner otro ejemplo, crezcan a un 3%, si los precios lo hacen a un 4%, ya que de esta manera todo el aumento salarial es neutralizado por un aumento en los precios, imposibilitando de todo punto un mayor nivel de consumo potencial.

De ahí la importancia por situar la inflación por debajo del 1% ó incluso del 0% -lo que supone traspasar también otra barrera, la del lenguaje económico; léase deflación– si quienes viven no de sus salarios, sino de los intereses de deuda pública, obtienen por ésta una rentabilidad sin descontar la inflación del 1,5%, por ejemplo.

Que en este último tipo de escenarios resida una devastadoramente obsesiva preocupación por el control de la inflación no es una casualidad; es una causalidad. ¿Capisci? (Además de una contradicción monumental del clásico principio liberal «laissez faire«. ¿O no?)