Este 2020 se cumplirán 3 años desde que Francisco José Bustos Serrano comenzara su andadura en El Captor. Desde entonces, muchos de sus lectores han encontrado en sus artículos líneas de pensamiento preclaras, destacando el análisis y la pedagogía de las tesis más modernas del economista Thomas Piketty, pasando por sus reflexiones en torno a las principales variables económicas del sistema capitalista.

Lo siguiente es una conversación reciente mantenida entre Francisco y el editor del blog, Sergio P., en torno a muchas de las ideas tratadas por ambos sobre economía y política durante los tres últimos años.

Sergio P.: Francisco, uno de tus primeros artículos se tituló «El eterno déficit público». Como bien sabes, en torno al déficit público hay diferentes posiciones. Hay quien es partidario de reducirlo, tenga el coste social que tenga. Hay quien sostiene la necesidad de ir hacia el equilibrio presupuestario, con una velocidad acorde a las necesidades sociales, y hay quien opina que la recurrencia de déficits públicos no constituye problema alguno, argumentando incluso que esa circunstancia favorece el crecimiento económico. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Francisco B.: Los estados no deberían incurrir en déficits públicos, excepto como herramienta anticíclica y en los casos en que se realizara una inversión que produjera mayores retornos en el futuro. Es un estado grande y redistributivo el que, desde una perspectiva ideológica de izquierdas, cumple con los objetivos sociales. Un estado que no tiene por qué ser deficitario y que sería más fuerte con sus cuentas saneadas. Además, el déficit público genera deuda, lo que significa que todos los ciudadanos, sin haber tomado una decisión directa al respecto, deben dinero a otros pocos ciudadanos, los inversores, que además genera intereses, lo cual hace que la desigualdad aumente. Podríamos concluir que lo social es que no haya déficit público. Bien es cierto, que una vez se ha incurrido en déficit público, y la deuda se ha disparado (como es el caso español y el de muchos otros países) para volver a una situación de equilibrio, donde además no se pierda soberanía con respecto a los inversores, se debe ajustar el déficit poco a poco para evitar los costes sociales que generaría un ajuste brusco.

Sergio P.: Yo pienso que hay algo especialmente anómalo en todo esto del déficit.  En mi caso, trabajo como profesor en un instituto. La jornada lectiva con el alumnado termina, supongamos, a las 14 horas. A la finalización de este horario, las clases no se extienden por norma general treinta minutos más todos los días. Con el déficit en España sucede esto mismo; se acepta de partida un presupuesto, y sin embargo se incumple de manera permanente. Como se diría vulgarmente con toda la razón; ¿Estamos tontos o qué? Debería existir un análisis y una oposición más exigente a esta situación. Con respecto a las últimas subidas del SMI se ha oído: “Si un empresario no puede pagarlo, a lo mejor es que esa empresa tendría que disolverse”.  Extrapolado esto al déficit, ¿qué pasa, que España es un estado fallido?

Francisco B.: Yo diría que hay dos razones fundamentales por las que el déficit fiscal se produce. La primera es simplemente porque si gastamos hoy lo que no tenemos que pagar hasta mañana, es muy tentador no hacerlo así. Es pan para hoy y hambre para mañana. Es difícil para cualquier gobierno no apuntarse el tanto del gasto sin generar los correspondientes ingresos y dejar el «marrón» de devolver el dinero a los siguientes gobiernos. La segunda razón es que el capital internacional necesita en qué invertirse, y una de las inversiones más seguras es la deuda pública, garantizada, en casos como el de España, por la Constitución.

Sergio P.: Lo que habría que ver es si la tentación que mencionas conduce finalmente a situaciones de mayor riqueza o, por el contrario, de mayor dependencia – incapacidad gubernamental o democrática-. Además, la experiencia de la última crisis financiera es demasiado reciente como para no advertir este tipo de riesgos desde las instituciones. Saber qué es lo que necesita el «capital internacional» (¿y el nacional?) no está mal, pero, ¿queremos saber qué prioridades económicas existen en España en estos momentos?

Francisco B.: La situación de la economía española viene determinada, como mencionas, por la última gran crisis financiera internacional. España sostiene su situación de endeudamiento gracias al apoyo del Banco Central Europeo. Los tipos de interés tan bajos favorecen a los países endeudados como España y el BCE tiene en sus manos un 21 % de la deuda pública española. España debería aprovechar estos años de «tranquilidad financiera» para sanear sus cuentas y poder afrontar en el futuro una posible retirada de los estímulos financieros de los bancos centrales. Esto se dice fácil. Para conseguirlo lo mejor sería fomentar los sectores de la economía en los que España es líder a nivel internacional, y ayudar a aquellos con potencial de serlo. Se debería crear un mercado nacional competitivo y uniforme donde crecieran empresas que luego pudieran ser competitivas a nivel internacional (siguiendo el ejemplo de Inditex). Este desarrollo empresarial haría que las cuentas de España mejorasen, ya que al haber más actividad económica, subiría la recaudación por impuestos del estado. También habría que conseguir una mayor cohesión social, pues la crisis ha perjudicado a las capas más pobres de la población.

Sergio P.: Yo también considero que la actual facilidad de pago financiero contribuye a sostener el actual contexto de endeudamiento. Pero, ¿qué piensas que pasará con el proyecto de recuperación de la cohesión social cuando, muy probablemente, colisionen otra vez intereses contrapuestos ante una nueva crisis económica?

Francisco B.: No tengo la menor duda de que si vuelve a haber una crisis financiera internacional pagarán de nuevo los más débiles. Los compromisos de deuda del país son prioritarios frente a otros posibles compromisos para facilitar la cohesión social. Sin ánimo de ser catastrofista, podría ocurrir que la crisis fuera de tal magnitud que se construyera un orden económico nuevo, donde habría un impago global, de todos los tipos de deuda, y, por decirlo de alguna manera, se pondría el reloj a cero en cuanto a la deuda en todos los países. Esto es más que improbable, lo normal es que se produzcan otras alternativas, como un saneamiento parcial de las finanzas, una retirada gradual de los estímulos financieros por parte de los bancos centrales o impuestos al capital, como sugiere Piketty, que cambie la posición acreedora de los estados.

Sergio P.: Me imagino que sostienes ese pesimismo con respecto a que una próxima crisis sea soportada equitativamente por todos los estratos sociales, con independencia del perfil que tenga el ejecutivo cuando llegue ese hipotético momento. Lo digo porque, cuando menos, sería muy curioso que con una formación como Podemos en el gobierno, el modo de abordar una nueva crisis económica fuera idéntico a los anteriores. Por cierto, ¿cuál es tu posición acerca de lo sucedido, y por suceder, en Cataluña? En su momento escribiste un artículo sobre el boicot a los productos catalanes.

Francisco B.: Ojalá si llegase una crisis financiera, que esperemos que no, Podemos pudiera defender los intereses de los más débiles. En cuanto a Cataluña, España tiene un problema territorial desde hace siglos. Debido al resultado electoral, el PSOE se encuentra en una situación donde está obligado a resolver el problema. Espero que no se lleguen a acuerdos tan solo para asegurar la gobernabilidad, sino que se resuelva el «problema catalán» de una vez. A pesar de que hay posturas muy enfrentadas, si Cataluña se integrase en España, sería muy bueno para la economía de este país, pues se conseguiría que todo el mundo tirase en la misma dirección, en vez de estar enzarzados en enfrentamientos estériles.

Sergio P.: Yo creo que el objetivo de todo gobierno debe ser, efectivamente, resolver los problemas de la sociedad. Pero más allá de lo complicado que pueda ser determinar con objetividad cuáles son en concreto estos problemas, en el mundo de la política hay que añadir otro tipo de dificultades, por así decir, humanas. Me acuerdo de que hace unos días, tras recoger la cartera ministerial y ser objeto de algunas mofas, Pablo Iglesias respondió en Twitter con idéntico tono jocoso: «La gente es muy cabrona». Lo que quiero decir es: el cambio de circunstancias personales de los políticos cuando acceden al poder, ¿altera inevitablemente el discurso original con el que accedieron al mismo? ¿O en este sentido eres más optimista?

Francisco B.: Los votantes deben ser muy exigentes con sus representantes, y comprobar en todo momento que cumplen con sus promesas electorales. Sin duda, cuando llegan al poder los políticos pueden cambiar su discurso, seguramente obtienen información sobre los asuntos que no tenían previamente, pero para ellos debe ser una obligación las promesas concretas hechas a sus electores.

Sergio P.: Lo que nos lleva a ese escenario en el que damos por sentado que para optar a las instituciones, la promesa, esto es, la propuesta ideológica, no tiene por qué estar ligada a su materialización final. ¿Crees entonces que deberíamos elevar la exigencia y objetivar las propuestas para que pudieran ser, entre otras cosas, evaluadas y de esa manera tomáramos más conciencia de los logros que verdaderamente se puede reivindicar al actual sistema democrático?

Francisco B.: Totalmente de acuerdo. No es suficiente que los políticos de distinta ideología se enreden en enfrentamientos entre unos y otros. A los políticos se les debe juzgar por las propuestas hechas y por las finalmente realizadas. Se conseguirían varias cosas a la vez. En primer lugar, las promesas electorales serían más claras, más detalladas y más concretas. Y en segundo lugar, se podría juzgar más objetivamente la labor de un gobierno. En muchos casos ésta se juzga simplemente según vaya mejor o peor la economía, cuando muchas veces esto no depende del gobierno, sino que depende del contexto internacional. Desde luego también sería bueno que los analistas políticos no hicieran propaganda sino información, que no se entrara en bucle en los debates, repitiendo siempre las mismas ideas. Los debates deberían ser más ricos e instructivos.

Sergio P.: Para terminar y ya que mencionas la propaganda y los debates, ¿cómo ves el papel que juegan actualmente los medios de comunicación? Hay tesis muy duras al respecto, aprovecho para citar el artículo traducido en El Captor “Los medios de comunicación están envenenándonos con odio” del analista y periodista Chris Hedges.

Francisco B.: El papel de los medios de comunicación es fundamental. Creemos que hay libertad simplemente porque hay medios que representan a opciones políticas diferentes, pero esto no es suficiente. Los medios de comunicación deberían tener una labor pedagógica, ayudar a pensar, no incitarnos al odio, como mencionas. Hoy en día todo se basa en la opinión pública, en quien va ganando en las encuestas. La información no debe ser una competición entre partidos. Además, los partidos y sus cúpulas dominan demasiado la escena política actual e impiden que pueda haber voces individuales que defiendan posturas diferentes. La disciplina de partido es asfixiante.