A lo largo de la historia la banca privada ha adoptado distintos patrones de comportamiento, algunos de los cuales han constituido auténticos paradigmas de innovación, originalidad y complejidad.

Dada la capital importancia del sector financiero y sus implicaciones sobre el conjunto de la economía, la actividad bancaria en particular ha sido objeto de una regulación sumamente exhaustiva en no pocas ocasiones, como consecuencia de su capacidad para crear prácticamente de la nada, con el simple uso de una imprenta, medios de pago comúnmente aceptados y totalmente válidos para adquirir propiedades o realizar cuantiosísimas inversiones.

Cabe destacar que estos medios de pago no siempre han adoptado la forma de papel moneda; porciones concretas de oro, plata, libras de tabaco e incluso botellas de whisky han desempeñado también el rol del dinero, originando expresiones tan populares y sorprendentes hoy en día como “beber la propia fortuna”.

En periodos de máxima regulación, las instituciones tutelares -gobierno, bancos centrales- han exigido en determinados momentos el mantenimiento de ciertos activos en depósito -oro, bonos públicos-, al objeto de respaldar las emisiones de billetes bancarios y asegurar al 100% su reembolso; sobre todo en aquellos momentos de pánico financiero en los que por la simple razón de un rumor la clientela acudía en masa a solicitar el canje de un objeto por otro, a saber: papel por oro.

Uno de estos ejemplos paradigmáticos de regulación lo encontramos en los Estados Unidos de América del siglo XIX -a raíz de la normativa introducida por la National Bank Act-, cuando la autorización a los bancos a emitir billetes se limitó al 90% de sus títulos de deuda pública en propiedad, obligatoria y cuidadosamente depositados en el Tesoro americano. Así, la finalidad de esta medida era doble; por un lado, asegurar la convertibilidad de los billetes, ya que en caso de quiebra bancaria la entidad podría vender los bonos y redimir los billetes; por el otro, asegurar también un mercado para los bonos y obligaciones públicas.

Llegamos al desenlace de esta historia; la National Bank Act establecía por lo tanto un vínculo de facto entre el volumen de bonos y el volumen de billetes, esto es, entre el volumen de deuda pública y la oferta de dinero. De modo que debido a esta política financiera la cantidad de dinero en circulación solo podía aumentar en la medida en que también aumentara el volumen de deuda pública. ¡Ajá! Y otro detalle; los superávits obtenidos en aquellos años por el Gobierno federal no podían ser empleados para pagar la deuda. ¿Por qué? Precisamente porque de hacerlo se destruiría necesariamente la oferta de dinero. ¡Oh!