Lo tiene todo en su contra. O a su favor. En el puntiagudo filo de un vértice. Desde el que todo cae. De un lado. O del otro. Sin explicación. Pero sobrevive. Sea como ficción. Pese a las embestidas que evidencian su contradicción. Por una mayoría -o minoría- que se empeña en ella. Por el poso que queda. Por evitar que el 100% resida en la fuerza. Extranjera. Porque estéticamente evita el displacer. Mental y general.
Cada cierto tiempo un partido alcanza la cima. Su cima. Y solo un instante después. El margen de actuación se reduce. Más bien tiende a cero. Anomia. En el top, un jefe de estado no electo. En un sistema de electos. Todo comienza mal. Todo continúa mal. Si miras al banco central. Sigue. Y piensa en una decisión colectiva disparatada. Todos irán hasta el final. Por el sistema. Por muy injusta que sea. Luego vendrán los lingüistas, los filósofos. Y nos afirmarán, y nos negarán, que lo injusto, es justo. El director de un periódico también lo reconocerá. En los pasillos. Que no cree en la verdad. Más tarde entrará en la redacción. Exigiendo a todos que la encuentren, ya. Inmediatamente.
Quizás haya algo mejor. Distinto a salir de la tumba hacia el aire exterior. De cien en cien años. Para conocer, otra maldita vez. De qué demonios se trata. La trama. Porque la realidad lo es. Un complot, un guión. Que, por naturaleza, es predecible o no. Quizás alguien lo sepa. Willy, Dios, el ser que nos parió. Algo es seguro. El universo funciona como una sociedad instrumental. Solo existe para obtener ventajas. Como norma general. Y en la excepcionalidad. El equilibrio imposible de la democracia.