“Ese oscuro objeto del deseo”, la última película que rodó Luis Buñuel, es un absoluto despropósito. Las obras de arte están repletas de ellos; de cosas que no pueden ser (lo cual, como sabemos, también es divertido).
En la realidad cotidiana, las pulsiones de muerte -o tal y como las denominaba Freud, “pulsiones de destrucción”- nos afectan de otro modo; su poder es irredento, lo que es tremendamente triste, o peor, aburrido, porque los sádicos, cuando infligen dolor, lo hacen de un modo dialéctico, y en esa relación natural de violencia se halla, dicen, la armonía.
De manera que tanto la vida como el arte que la imita se encuentran sepultadas bajo kilos de instinto, amor y terrorismo. Quizás, un día, ese oscuro y complejo mecanismo por el cual suceden las cosas, tenga clemencia con nosotros y deje de hacerlo estallar todo, una, y otra, y otra vez, por los aires.