España vive una paradoja política. En la teoría, parece haber más democracia. Pero en la práctica, resulta que hay menos. Por no decir nada. Los ciudadanos votan multitud de veces, en múltiples formatos y circunscripciones diferentes. Pero la conformación del gobierno esencial, el estatal, parece imposible. Podríamos resumir la situación alterando levemente uno de los grandes aforismos modernos: “Estos son los resultados; si no les gustan, habrá otros”.

Los más recientes, los de las comunidades de Galicia y País Vasco, se han consumido a la velocidad con la que el fósforo prende en una cerilla. Y ello, por supuesto, tampoco ha permitido vislumbrar ningún tipo de luminosidad al final de este kilométrico túnel. La siguiente ración de pan con pan tendrá lugar en un congreso. Es decir, que K. cenará con nosotros las próximas semanas y no será con sobriedad. En esta especie de “ad infinitum” la democracia española quizás nos sorprenda un día de estos y se resuelva sí misma.

Más abajo, por el camino de este problema lógico, hemos descubierto que Podemos duda entre enfrentarse al poder o someterse a él. Un debate que nos interesa a todos mucho y nada, pero en el que lo más tristemente interesante es descubrir que Podemos no se piensa a sí mismo como “poder”. Y si Podemos, o cualquier organización política legitimada democráticamente, no se piensa a sí misma como el “poder” supremo de la sociedad, entonces hay un problema de credibilidad en la democracia. Entonces, a la supuesta y eterna autoridad de la democracia, le brotan  límites por los cuatro costados.

Quien ha entendido siempre mucho mejor las reglas de la democracia es la derecha. Pero para beneficiarse a título individual de ellas, claro está. Prueba de ello es la ausencia de competitividad política que en Galicia y País Vasco ha existido entre Ciudadanos y Partido Popular. He ahí un paradigma de fraternidad y coordinación en aras de una idea que casi siempre se puede encontrar sobrevolando el espacio aéreo de cualquier circunscripción estatal, siempre que sea un paraíso fiscal.

Y la voz de la cultura, mal, muy mal. Incluso los domingos, por detrás. Ahí tenemos otro límite más, otra barrera adicional interpuesta contra la sociedad. Porque el motor intelectual no puede constituir el freno, no puede entorpecer la evolución lógica y natural del pensamiento colectivo y social. Pero es que tal vez no estén las manos de la humanidad preparadas para hacerse cargo de los grandes asuntos de la humanidad.