Queda el derecho hoy a ser escéptico – por qué no- ante el mensaje institucional que afirma que el rumbo de la economía española va a cambiar por fin de dirección para entrar en una nueva etapa de prosperidad.

No en vano, la mayoría de los principales indicadores económicos de España rayan los peores registros desde que la crisis financiera se iniciara hace ahora seis años ya.

El desempleo de España, según la última nota de prensa de Eurostat referente a octubre de 2013, marcó el nivel del 26,7%, porcentaje que sólo superó Grecia en el seno de los 28 países de la Unión Europea.

¿Hace falta recordar que no es precisamente éste un dato alentador?

Es realmente extraño, y nadie con un mínimo de pura honestidad lo puede objetar, que siendo el valor de la deuda pública de España en porcentaje sobre el PIB cercano al 100%, las campanas de la recuperación puedan alegremente comenzar a sonar.

Lo mismo se podría decir al hablar del crédito financiero, que de ningún modo ha empezado a fluir, y, al contrario, se contrae cada vez más, lo que dificulta, por no decir impide, cualquier posibilidad de crecimiento económico en la actualidad.

Y en el repertorio de monstruosidades lógicas también se encuentra la morosidad bancaria, cuyo nivel de dos dígitos y en constante ascenso no prescribe una futura y positiva evolución de la salud del tejido empresarial español.

Podrían destacarse multitud de ejemplos más, para bochorno de los falsos predicadores del fin de la recesión, y es precisamente esta concurrencia de realidades macroeconómicas de tan difícil digestión, lo que probablemente origina el mensaje institucional que alienta la esperanza, sólo la esperanza, de que la economía española pueda volver nuevamente a crecer, quizás en 2014, y a un ritmo, por decirlo con un decoro inmerecido, insuficiente.

Sería idóneo, pues, que ante estos ataques de convicción, resultaran conocidos también los argumentos concretos capaces de reactivar la economía de España.

No lo son, tal y como lo hemos puesto de manifiesto con reiteración en este blog, ni las exportaciones crecientes, ni la disminución de la prima de riesgo, ni la reforma laboral -de la que ahora se pretende inyectar una dosis más- ni cualquier factor que se relacione en algún grado con la especulación en lugar de con la economía real.

Y ya que cualquier crecimiento que no provenga del fortalecimiento del bienestar social resultará simple y llanamente intrascendente a los oídos de la población, ¿por qué no alentar una esperanza de mejora relacionada con el mercado laboral?

Pero la realidad del desempleo español necesita una solución que no se puede demorar, lejos de cualquier futuro hipotético y promesa por concretar. El tiempo de espera se ha agotado ya y restan pocas expectativas por soñar.