Hace unos días el Banco Central Europeo (BCE) puso en marcha un paquete de medidas para luchar contra la deflación, incluyendo, entre otras, rebaja de los tipos de interés (del 0,25% al 0,15%), penalizaciones a los depósitos bancarios en el BCE (-0,10%) o movilizaciones de fondos en forma de crédito para las pymes (400.000 millones de euros).

Muchos analistas han considerado que la actuación del BCE ha sido tardía y otros tantos se han apresurado a calificarla de ineficaz, aduciendo que tales medidas no son las adecuadas para solucionar el principal problema financiero europeo: la escasez de la demanda de crédito.

En todo caso, no debería olvidarse que la ulterior finalidad del BCE es la consecución de un objetivo de inflación ligeramente inferior al 2% y que, por lo tanto, no son ni un objetivo de pleno empleo, ni un objetivo de crecimiento económico, los referentes sobre los que rige sus procederes la principal institución bancaria europea.

Es por ello que a partir de una recopilación de datos procedentes de Eurostat se puede observar que la inflación de la Eurozona -medida en términos del deflactor del PIB- reflejó un alza del 1,4% en el ejercicio 2013 (para consultar el sentido metodológico de esta variable consúltese: “Trío de conceptos: PIB real, nominal y deflactor”)

Por lo tanto, la inflación europea de la Unión Monetaria se mantuvo dentro de los límites razonables en términos medios, si bien es cierto que se disparó más allá de lo prudente en Estonia (5,1%) o incluso llegó a componer un escenario de deflación en Chipre (-1,5%) y Grecia (-1,9%).

Ahora bien, cabría  preguntarse hasta qué punto una inflación del 0,6%, como la experimentada en España, no es el mejor síntoma que pueda revelar la salubridad de una economía particular, o también, hasta qué otro punto el dato de inflación más ortodoxo alcanzado por Alemania (2,3%) ha influido en la demora de las últimas decisiones tomadas por la máxima institución financiera europea.

No puede olvidarse tampoco, más allá de la evolución de los precios en la Zona euro, que las últimas variaciones anuales del PIB en la Unión Monetaria han sido negativas (-0,7%  y -0,4% en 2012 y 2013, respectivamente) o que las tasas de desempleo han alcanzado en los últimos años, asimismo, valores máximos desde la implantación de la moneda común europea  (del 11,3% en 2012 y del 12% en 2013).