En los últimos compases del año han sido numerosos los artículos y las publicaciones que se han hecho eco de una nueva forma de inteligencia artificial, un bot que responde a cualquier tipo de diálogo y conversación a través de un chat alojado en una página web. 

Usuarios de toda índole, desde catedráticos, hasta ingenieros, pasando por filósofos, economistas y artistas han probado la coherencia y la verosimilitud del bot, llegando a una conclusión generalizada; su grado de perfección y realismo nos sitúa ante un abismo de dimensiones desconocidas. 

El escenario es complejo: si lo que caracteriza a los humanos, esto es, la capacidad de saber, conocer, comunicar o dialogar, caracteriza por igual a los robots, ¿Cuál es exactamente la diferencia entre ambos? 

Este ya era uno de los planteamientos de la película Blade Runner, una sociedad futura donde un cuerpo especial de policía trataba de distinguir a los robots de los humanos, y donde ni siquiera la facultad de sentir miedo – a la muerte, por ejemplo- diferenciaba a unos de otros.

¿Nos acercamos a, o estamos ya, en un escenario de este tipo, donde la diferencia entre lo real y lo artificial se ha convertido en algo imperceptible a pesar, paradójicamente, del nivel tecnológico actual? 

¿Con qué finalidad u objetivos morales se crearán estas ambigüedades y dificultades de percepción? 

¿Hará falta un cuerpo especial de policía como el planteado en Blade Runner? 

¿Serán los seres humanos primitivos una minoría frente a una multitud de razas y seres artificiales? 

¿Lo ignorarán unos y otros? 

Bienvenidos a 2023.